(Incluye la canción “Deberían Saber” de Gilberto Pluzarti)
Los últimos espectadores abandonaban el campo de sangre mientras una anciana subía al encuentro de Ix Nikté. La mujer de edad avanzada que ostentaba un tocado en forma de ocho horizontal, le tendió la mano invitándola bajar la grada, y juntas cruzaron por el centro de la cancha pasando entre osadas aves carniceras que se disputaban los cadáveres. Cuando transitaban por la margen oeste de la ciudad, una colorida guacamaya descendió desde lo alto y se posó grácilmente en el hombro de la anciana, acompañándola todo el camino hasta que llegaron a una choza con basamento en talud.
―Este es el hogar de Ah-Buluk-Balam ―dijo la anciana de manera cordial.
En la choza del Once Hechicero las recibieron dos mujeres vestidas con pieles de jaguar, que les facilitaron atuendos sencillos de algodón para que se mudaran de su engalanada ropa. Después las convidaron con manjares y frutas, de todo lo cual Ix Nikté no quiso probar bocado, porque la horrible escena de sangre y muerte estaba fresca en su memoria.
―Come, porque todavía tenemos un largo camino por recorrer ―le ordenó la anciana.
El nombre de aquella mujer era Ko’olel-Sak-Kan (Mujer Serpiente Blanca) también conocida como Xunáan-t’iz, La Tejedora. Dejó su hermosa guacamaya al cuidado de las esclavas, ató a su espalda un rebozo con raíces y frutas, y se internó en la selva acompañada de Ix Nikté. Los dieciocho días que permanecieron en la selva, Xunáan-t’iz enseñó a su joven aprendiz los ocultos secretos de la verde epicúrea invitándola a probar los diversos frutos y raíces, sorteando peligros, haciendo improvisados refugios, observando las especies que poblaban el dosel, y la manera de beneficiarse de la guerra química que existe entre plantas e insectos, así como el uso de las diferentes ponzoñas según sus propiedades letales o curativas.
Para evitar ser sorprendidas por depredadores, pasaban la noche en el dosel sobre colosales ceibas que Xunáan-t’iz acolchaba con musgo o un petate que hábilmente tejía antes del ocaso.
El décimo noveno día, sentadas en un paraje al lado de una enramada, se entretuvieron abriendo binza de guapaque y vainas de jinicuil, saboreando su dulce lanilla pues lo único que habían desayunado esa mañana era Yax-Kibokil, que para entonces la aprendiz sabía preparar a la perfección. Cuando estuvieron hartas, más de pelar que de comer, la anciana acopió tallos de junco y empezó a tejer una estera frente a Ix Nikté.
―Voy a revelarte el motivo por el cual has permanecido aquí conmigo todo este tiempo ―Xunáan-t’iz le confesó de improviso mientras dividía los tallos―. Es para que el deseo que pediste finalmente se cumpla. Pero para poder dar ese gran paso, antes deberás hacer un sacrificio.
Ix Nikté había pedido ser libre, por lo que pensó que “un sacrificio” debía referirse a fortalecer la voluntad o cultivar el carácter.
―¿Recuerdas el juego de pelota que se efectuó en tu honor?
―Ha, eso… ―murmuró Ix Nikté con el ánimo oprimido.
―Dime ¿quién participó de manera voluntaria? ―preguntó la anciana mientras entrelazaba dos largos tallos de junco.
―Ninguno ―renegó haciendo un gesto de fastidio al advertir el rumbo que tomaba la elocución.
―En efecto, cada jugador luchó por su vida, no por la tuya. Para tener lo que tú pides, primero debes conocer el amor.
―¿El amor? ―preguntó Ix Nikté extrañada.
―El amor es una decisión individual.
―¿Qué relación puede tener el amor y un juego de pelota que terminará en una horrible masacre? Eso no me enseña absolutamente nada ―replicó impaciente sin ninguna rima porque, al parecer, el aterrador espectáculo de muerte había afectado su manera de hablar.
―Con el amor se engendra pero no se nace, porque su más grande expresión se manifiesta al darlo, no al recibirlo ―contestó la anciana con dulzura.
―¿Amor?, ¿amor a qué?― preguntó Ix Nikté desconfiada.
―A la divinidad, a cualquier ser vivo, incluso a ti misma. El amor motiva nuestras acciones, por eso siempre estamos sedientos de él. Tú, por ejemplo, por amor llegaste a éste tu infierno desde El Inframundo Xibalba ―respondió Xunáan-t’iz mientras tejía el junco fresco.
―¿Mi infierno? ¿Cómo puede ser un infierno este paraíso? ―inquirió confundida.
―Los designios de Hunab-Kú no son fáciles de entender, por eso debes aprender a amar, purificar tu alma y continuar. ―aseveró mientras cruzaba uno y otro tallo.
―¿Purificar mi alma y continuar? ¿Continuar con qué?
―Las faltas que has cometido sólo tú las conoces, cada quien vive su realidad diferente. Aunque no entiendas la razón del por qué estás tú aquí, pronto la sabrás. Recuerda que no basta con decir: “hoy superé mi miedo” o que pienses, “hoy sentí amor” porque quizá dentro de tu corazón ese sentimiento no sea puro. Sin valores, tu bienestar se antepondrá a un simple dogma, como dejar inconclusa una penitencia, porque tal vez en tu interior existe la envidia, la soberbia o la codicia, y aunque pretendas ser humilde siempre habrá alguien a quien nunca podrás engañar ―declaró Xunáan-t’iz dejando de tejer y esperando una respuesta.
―¿Al creador?
―A tu esencia divina, a tu propio ser, al espíritu que habita dentro de ti.
Ix Nikté pretendía estar receptiva, pero las palabras de Xunáan-t’iz la confundían enormemente.
―¿Sacrificio de sangre? ―preguntó con indulgencia, porque la irresolución empezaba a fastidiarla.
―Sacrificio de amor ―respondió Xunáan-t’iz atando los remates de su cama-estera.
Con esa respuesta, Ix Nikté respiró más tranquila, no obstante, no quiso dejar pasar la oportunidad de preguntar:
―¿Cómo puedo ser libre? Porque eso justamente fue lo que pedí “ser libre”.
―El amor es libertad. En la medida que ames tendrás paz. Si hay paz en tu interior, hay libertad.
―¿Y si no puedo amar?
―El odio rompe la paz del pensamiento, cualquier acción que efectúes bajo el yugo de la ira, limitará tu libertad ―afirmó la anciana haciendo un ademán para que le ayudara con los nudos de los remates.
―Entonces dígame, ¿cómo puedo obtener aquello que deseo? ―insistió.
―Para conseguir lo que ambicionas deberás sentirlo como tuyo con toda la intensidad librándote del yugo de tu entendimiento, buscando la paz en tu interior. Pero si no encuentras la paz interior, si no puedes escuchar el silencio dentro de ti, nada obtendrás.
Al ver las delicadas manos de Ix Nikté y la gracia con que hacía los nudos, Xunáan-t’iz quiso con ello darle una lección.
―Observa tus manos, ¿qué es lo que ves?
Ix Nikté dejó de anudar la estera para observar sus manos por el dorso y por la palma.
―Veo que son lindas, mis dedos son largos y delgados, son delicados, y no son muy fuertes.
―Ahora observaba las mías.
Ella tomó en sus manos las manos de la anciana, pero la comparación en vez de mostrarle alguna enigmática enseñanza, destacó su peculiar belleza, pues las manos de la anciana eran ásperas y estaban agrietadas, y ese tremendo contraste se convirtió en una verdadera revelación para Ix Nikté, que la hizo razonar en el hecho de que hasta entonces nunca había reparado en su propio aspecto.
―Puedo ver que corresponden a su edad ―dijo acariciando las manos de la vieja, pero en realidad estaba admirando sus propias manos.
―¿Puedes apreciar la belleza del trabajo, la belleza de la vejez, y todo el amor que han prodigado? ¿Crees que eso sea importante? ―le preguntó Xunáan-t’iz con dulzura.
―¿Qué sea importante? ―musitó distraída y luego se sentó descaradamente a admirar sus brazos y piernas.
―Sí, ¿dime qué consideras importante? ―preguntó la anciana impaciente molesta por la actitud impropia que había adoptado su aprendiz.
―¿La belleza? ―respondió Ix Nikté acariciándose los hombros, luego trató de ver el tatuaje que tenía en la espalda.
―Lo importante es servir a los demás, pues servir nos da un propósito en la vida, una razón para vivir. Si la belleza ayuda a servir, entonces la belleza es importante ―replicó Xunáan-t’iz extrañada por los vanidosos desplantes de la muchacha.
―Supongo que sí ―contestó Ix Nikté acariciándose el cuerpo explorándolo con descaro.
―Además de servir, es importante descubrir la razón por la cual tú estás aquí, porque en ese servir y en ese descubrir quizá esté la plenitud. Dime tú, ¿es importante tallar un cuchillo, aprender un lenguaje?, ¿acaso tejer junco es importante?, ¿hacer un relieve?, ¿construir un templo?, ¿recolectar frutos?, ¿sumar, restar, dividir, multiplicar, llevar la cuenta de las lunaciones? Todo lo creado por tu mente es importante, por eso debes tener cuidado con lo que piensas.
Para entonces Ix Nikté estaba flexionada tan inclinada que su mejilla tocaba su rodilla, abrazando una de sus piernas mirando inmóvil a Xunáan-t’iz.
La anciana no pudo menos que admirar la artística pose, cuya caricia permanente parecía una oda al narcisismo, pensando que si ella hacía lo mismo seguramente se quebraría las costillas.
Abandonando aquella postura, Ix Nikté se recostó sobre la hojarasca mirando la copa de los árboles para reflexionar en lo maravilloso que era el arte de Ix Makak’náb, en las delicias culinarias de Ix-In’el-Tzic-Ha, en los trascendentales vaticinios de Ix Huul-K’in, y en las peligrosas creaciones de Ich Yax-Tun, una de las cuales había atravesado el cuello de un apuesto mozo.
―Quizá sea importante llevar el conteo de un juego de pelota, pero me parece absurdo que concluya en una aterradora masacre ―dijo sin poder entender.
―Algún día podrás ver más allá de lo que ahora ves ―contestó Xunáan-t’iz― podrás apreciar la esencia de la vida, tanto en tu diaria labor como en la labor de los demás, en la vida de un insecto, un animal, una hoja, o un árbol, en el aire que respiras, en una estrella, lo blanco de lo negro, lo negro de lo blanco porque hasta la luna tiene dos caras, la razón de los hechos y su divino origen, lo invisible, y el valor de un sacrificio, porque donde habita el conocimiento no existe el azar.
―¿Esencia de la vida?, ¿en qué sentido? ―preguntó Ix Nikté cansada de tanta irresolución mientras pensaba, quizá por eso llaman a esta anciana La Tejedora, porque enreda las ideas como enreda todos esos tallos.
―Una vida sin sentido es una vida inútil. El sentido de la vida es la vida misma, y es una gran dicha entender ese sentido. Vivir significa luchar, significa aprender. La vida es un continuo fluir, lo que no fluye se estanca y muere, es lo mismo para la mente y el cuerpo.
―Supongo que esto también terminaré entendiéndolo algún día ―comentó Ix Nikté desinteresada poniendo fin a la conversación.
Por la tarde, hallaron un guanábano tak-ob, del que comieron hasta hartarse, luego llevaron la estera recién hecha al pie de una gran ceiba verde.
―Mañana se llevará a cabo la ceremonia que te abrirá el entendimiento, pero debo advertirte que, si no se efectúa una ofrenda de sangre en tu honor antes de que el sol se ponga, tu vida correrá grave peligro ―le confesó Xunáan-t’iz mientras ataba la estera a una liana que colgaba desde lo alto.
―¿Una ofrenda de sangre?, ¿en mi honor? ¿Y si no se efectúa?, entonces… ¿qué pasará? ―preguntó Ix Nikté asustada recordando la última ofrenda de sangre en su honor.
Las mujeres treparon por las lianas subiendo también la estera a lo alto del árbol Yaxché (Ceiba Verde), cuyas ramas superiores habían sido injertadas desde tiernas por manos ancestrales y expertas para formar la peculiar plataforma viviente. Prepararon la estera, y se recostaron sin decirse una palabra, escuchando el canto de las aves y el inquietante reclamo de los monos aulladores.
Mirando los últimos destellos que se proyectaban entre las hojas, Ix Nikté reflexionaba angustiada en la terrible advertencia de Xunáan-t’iz, y en lo absurdo e incongruente que ahora le parecía aquél retiro espiritual en medio de la selva. Porque mientras más aprendía, más se convencía que ella no era la indicada para librarlos de cualquier amenaza, la fe en el designio y el tiempo que las doncellas le habían dedicado era un terrible error, definitivamente ella no era la mujer a quien buscaban, y se preguntaba sí debía confesarles la verdad. Atormentada con estas ideas, Ix Nikté se sentía cada vez más confundida.
Creo que… Cara de Luna, Ojos de Jade, Nácar Marina, Agua de Lluvia deberían saber, que yo…
No soy lo que esperaban, esa mujer a quien buscaban, y mucho menos la que en sueños, pretenden ver como algo bueno.
Quien como el pez salta del agua, en contraflujo en la cascada, sin miedo lucha despiadada.
¡Una promesa revelada!
De quien esperan ser llevadas a un nuevo cielo de esperanza.
Pensando en mí ilusionadas, completamente equivocadas.
Cara de Luna, Ojos de Jade, Agua de Lluvia, Nácar Marina.
Sé que me odiarían, si les diría, que yo no, seré aquella que ellas esperaban ver. Lo siento. Deberían saber…
No soy lo que esperaban, esa mujer a quien buscaban, y mucho menos la que en sueños, pretenden ver como algo bueno.
Quien como el pez salta del agua, en contraflujo en la cascada, sin miedo lucha despiadada.
¡Una promesa revelada!
Por la mañana, junto a un riachuelo desayunaron zapote amarillo K’anisté. Poco más tarde, Xunáan-t’iz se ocupaba en preparar un espeso légamo con lodo, hierbas medicinales, miel, y cera de abejas, que batió de manera escrupulosa hasta obtener un espeso emplasto que dividió en cuatro partes iguales, agregando a cada parte un polvillo de distinto color.
―Todo el que asista al ritual de esta tarde, deberá llevar cubierto el rostro. Tú, por ejemplo, puedes ser Ix Uaál-Ikim (La Señora Lechuza de Alas Extendidas) o también podrías ser Ix Choch (La que Cuenta) ―dijo indecisa, pero después agregó―: Creo que lo mejor es que seas Ix Ooch (La Dama Zarigüeya).
―¿Por qué todos deben ocultar su rostro?
―En esta celebración, nadie es quien dice ser, tú serás Ix Ooch, yo seré Ix U-Na’Kaab (La Madre Tierra) ―dijo la anciana y empezó a impregnarle el rostro con gruesas plastas de espeso légamo, con el que hábilmente modeló una máscara de zarigüeya.
Cuando los papeles se cambiaron, el reto para Ix Nikté fue crear la cara de una vieja en la cara de la vieja. La muchacha retocó el emplasto una y otra vez sin lograr que le quedara bien, hasta que Xunáan-t’iz dijo impaciente:
―No importa, déjalo como esté ―la apremió― porque apenas estamos a tiempo para regresar.
Durante el retorno a la ciudad de piedra, las dos estuvieron calladas, cada una sumida en sus cavilaciones. Ix Nikté pensando en la intrigante advertencia de su maestra, Xunáan-t’iz en la falta de madurez que todavía manifestaba su joven aprendiz.
Ix Nikté al advertir que el légamo impregnado en su rostro se había endurecido, rompió el silencio.
―Dime Ko’olel-Sak-Kan, ¿por qué siempre debo ocultar mi rostro detrás de una máscara? ―le preguntó mencionando el nombre largo de Xunáan-t’iz para darle énfasis a la cuestión.
―La razón de eso, es porque la gente no debe apreciarte como una imagen, sino como una virtud. Ahora bien, si lo que te preocupa es tu apariencia, mi preparado de légamo podría durar días en tu rostro sin dañarlo, incluso hará maravillas en tu piel.
Nuevamente las dos mujeres permanecieron largo tiempo sin pronunciar una palabra caminando pensativas, hasta que repentinamente Ix Nikté volvió a romper el silencio, esta vez sintiéndose angustiada:
―¿Xunáan-t’iz? Tengo miedo, tengo mucho miedo…