I
Ix Nikté despertó con otra perspectiva de la vida. Aunque la palabra “cobarde” todavía rondaba sus pensamientos, no podía negar el gran amor que sentía por las doncellas. La enseñanza con el jaguar la había cambiado, porque ahora podía percibir el entorno de una manera diferente, no como una simple espectadora, sino que sus ojos parecían estar abiertos a una nueva realidad. Si bien los cambios los juzgaba favorables, el aseo personal seguía siendo un problema. Su roce con el felino, la sangre del difunto y su propio sudor, le resultaban intolerables. Todo ese día soportó con aplomo su grotesco tormento. Por la noche, tratar de dormir fue inútil, el calor no había menguado y el fétido olor ahogaba su sensible olfato. Pasada la medianoche, no pudo más. Salió de la habitación llevando en la mano una esponja de mar, rescató la bola de jabón de coyol de corozo de palma que había hurtado en la choza de las Kaabyán, y resuelta se dirigió hacia el estanque.
Como cada mañana, Ich-Uh se plantó frente a la puerta de carrizo y mimbre.
―¡Ix Nikté! ¡Nikté! ―gritó reparando en que las correas que aseguraban la puerta estaban desanudadas.
Ix Nikté salió de la habitación con actitud altiva bellamente acicalada, estaba envuelta en un lienzo blanco ceñido con una fajilla morada, con tan poca pintura en el rostro que la cara de luna de Ich-Uh se tornó en cara de espanto. Alarmada, la pequeña Ich-Uh corrió en busca de sus hermanas, mientras Ix Nikté caminaba sin ninguna prisa hacia la plataforma del estanque, donde la esperaban media docena de rostros acongojados y nerviosos.
Ich-Uh lloraba frente a la vestal Ix Sáasil, quien la reprendía indignada.
―¿Pero cómo? ¡No es posible! ¡Qué gran descuido! Les dije que tenían que vigilarla, ¿por qué la dejaron sola? No puedo estar repitiendo las órdenes una y otra vez.
Reparando en la presencia de Ix Nikté, la vestal interrumpió su irascible rapapolvo para atajar a la recién llegada plantándose frente a ella con brusquedad, y mirándola de cabo a rabo le dijo:
―¿No puedes respetar un sólo día nuestros dogmas?, ¿acaso eres capaz de dar tu vida? ¿Tienes algo más valioso que tu sangre para ofrecer a los dioses?
Ix Nikté revelaba una belleza excelsa. No me dejaré amedrentar, pensó sintiéndose segura, y dándole la espalda a la vestal, empezó a pelar una pitahaya. Al ver que Ix Sáasil no se atrevía a tocarla, las demás doncellas la acompañaron a desayunar, admirando su belleza con asombro y a la vez con tristeza.
Concluidos los alimentos matinales, sólo le exigieron tomar el habitual Yax-Kibokil, dejándola en paz.
―Ix Makak’náb tú eres la única que me trata bien, ¿por qué eres tan linda conmigo? ―Ix Nikté le preguntó sincera mientras se lavaban las manos en el estanque.
―¿Yo? por el arte ―contestó lacónica, y después agregó acongojada―: y porque soy una tonta.
―No eres ninguna tonta ―la confortó poniéndole la mano en el hombro.
―¿Sabes?, hoy estarás todo el día con Ix Sáasil, pero mañana te harán comparecer ante el sabio Lahun-Ka’an-Ahaw, así lo han dispuesto, y eso es bueno, porque él te dará respuestas ―le confesó Ix Makak’náb intranquila.
Un largo silencio motivó a la reflexión, momento en que Ix Nikté aprovechó para hacerle una pregunta indiscreta respecto a su siguiente anfitriona.
―La que alumbra con su expresión, ¿tendrá alguna tribulación?
Aquella pregunta parecía bastante inocente, por lo que Ix Makak’náb contestó solícita.
―Ix Sáasil es reservada, su madre fue Ix Kóot-O’olki-K’u’uk’umel, la mejor intérprete de todos los tiempos. Águila Suave Plumaje murió a causa de una herida en el brazo. Es curioso, porque a pesar de ser tan enérgica, Ix Sáasil le teme a las arañas. Se rumora que cuando no duerme en el palacio, la vestal duerme con Ah-K’inam-Ki’ik-Ts’a’ay, más, no sé decirte.
Como el nombre se escuchaba como Colmillo con Sangre, Ix Nikté dedujo que la vestal tenía un amante.
―Esta noticia asombrosa de notable consistencia, convierte en sospechosa la virtud de su inocencia ―concluyó Ix Nikté maliciosa.
Aquél comentario tomó a Ix Makak’náb desprevenida.
―Creo que hablé de más ―rebatió sintiéndose como una traidora, y se retiró del lugar arrepentida.
Todo ese día la vestal Ix Sáasil estuvo enseñando a Ix Nikté una serie de axiomas matemáticos tan complejos y a la vez tan interesantes, que la noche las sorprendió con rapidez.
II
A la mañana del siguiente día, Ix Nikté apenas despertó, se puso a descifrar los jeroglíficos en los muros de su habitación, esta vez su nombre al final de una de las inscripciones, tal como Ix-In’el-Tzic-Ha lo había mencionado en el Templo de la Diosa Virgen: Ix-Ts’íiben… Yol-Nikté (La Flor del Corazón Decorado).
Minutos más tarde, Ix Makak’náb entraba a la habitación sin anunciarse.
―Debes vestirte de gala, porque hoy se realizará el Pok’ta-pok’ en tu honor ―la apresuró y agregó―: Te traje algo para cubrir el dibujo en tu espalda.
A continuación, frotó goma xnoh en la espalda de Ix Nikté, y cubrió la laceración con un emplasto de hojas de Iaxpalialché. Después vació el cesto guardarropa sobre el piso, y sacó del fondo un curioso paquete.
―Usarás esto para asistir al evento, porque el Gran Señor Diez Cielos será tu anfitrión ―dijo desdoblando una chaquetilla y una faldilla confeccionadas con hilos y finas laminillas de oro puro. Las lustrosas prendas se ajustaron de manera perfecta al contorno de su cadera y su espalda dejándole el vientre descubierto; complementando el atuendo dos ajorcas, dos gruesos brazaletes, sendas polainas para las pantorrillas, y una hermosa gargantilla todo del mismo áureo metal. La calzó con finas sandalias de piel adornadas con una flor en el empeine, le trenzó el cabello y lo recogió, y después, sin poder contenerse, le dijo con dulzura:
―Me quedaste… muy bien.
El atuendo de Ix Makak’náb era de tela blanca con brillos plateados que contrastaban con una filosa daga de obsidiana que llevaba sujeta a la cintura. En el área del estanque, las demás doncellas lucían atuendos similares, todas bellísimas llevando el cabello trenzado en curiosos rollos con un tocado discreto. No obstante la alegría que sus lindos atuendos debía motivar, todas mostraban un semblante sombrío.
―Como no toleraste los tres días de la penitencia, Lahun-Ka’an-Ahaw pidió que se adelantara el Pok’ta-pok’ en tu honor ―le informó la vestal con voz firme, con un dejo de tristeza.
Con esta evidencia, el gerundio coloreaba la manera cómo Ix Nikté se estaba sintiendo: importante, porque el juego de pelota sería en su honor; nerviosa, porque todas las doncellas llevaban afiladas dagas sujetas al nudo de la falda; apenada, porque Ich Yax-Tun todavía lucía en el rostro la sangre del difunto.
Debido a que la modalidad del juego sería K’a-k’aas-xook o conteo y división por pares, por ser éste en honor a Ix Nikté, Ich Yax-Tun tuvo que darle una explicación detallada de la manera como se debían designar los tantos hasta llegar a la fase final “Ura”.
Desayunaron, se lavaron manos y dientes, y se dirigieron a la puerta principal del palacio donde las esperaban las esclavas con siete penachos. El más grandioso de plumas blancas con rebordes verdes, lo colocaron sobre la cabeza de Ix Nikté, cubriéndole el rostro con una fina máscara de calavera de oro puro. Tras el gran pórtico las esperaban los diez guerreros que las acompañarían en formación de custodia al centro ceremonial de la monumental ciudad de piedra, andando con parsimonia entre una multitud de gente que se agolpaba para mirarlos, más por curiosidad que por respeto.
III
El eco de los Tunkules que a cada paso se iba intensificando, era mistificado por el reclamo de los Monos Aulladores.
La distinguida formación, se abrió paso entre la gente hasta una plataforma delimitada por tres edificios, cuyas fachadas eran enaltecidas por la hegemonía de aquellos que los custodiaban. El edificio poniente, por dos mujeres que vestían largos lienzos amarillos, el edificio sur, por una fila de holkánes equipados con lanzas y escudos, y el edificio oriente, por cuatro corpulentos sacerdotes cuyos nombres eran: Xaman-Sak, Nohol-Kan, Lak’iin-Chak y Chik’in-Ek. (Norte Blanco, Sur Amarillo, Este Rojo y Oeste Negro). Cada uno digno embajador del Dios de la Muerte Yum-Tzek, luciendo cimeras de zompancle labradas con motivos funestos, tambas de piel, túnicas decoradas con plumas, golas de palma entrelazadas formando cuadros ornamentados con humerales, tilmas con nudos de henequén, y escarcelas de piel con faldilla trenzada adornada con dientes humanos.
Las doncellas se emplazaron frente al edificio oriente, los Tunkules dejaron de sonar, y la vos del gran monarca Nohoch-U-Bakel se escuchó potente desde un pequeño podio.
―Se jugará el Pok’ta-pok’ con muerte forzosa a los perdedores en honor a La Flor Peligrosa para que se cumpla el designio de la estrella, para menguar el mal augurio de devastación y muerte que amenaza a nuestro pueblo y al pueblo ancestral donde nació el primer hombre ―anunció el rey solemne, al mismo tiempo que un vocero repetía al pueblo lo que iba diciendo.
Ix Nikté no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar, ¿cómo podía ser ella la responsable de menguar malos augurios? Seguramente la sentencia era un grave error.
Después del breve discurso, los sacerdotes Xaman-Sak y Nohol Kan se acercaron a Ix Nikté y la condujeron hasta el edificio poniente, cuyo nombre era Pol-Eek-Na (Casa Cabeza Estrella Negra), por ser un tributo al planeta Venus en su descenso por el Décimo Cielo.
En el interior del recinto, los muros exhibían coloridos estucados de figuras zoomorfas y variantes cósmicas, donde el personaje principal era Chak’eek (La Gran Estrella). La complejidad de los glifos limítrofes evocaba lo orgánico sin perder la forma abstracta. En la base del perímetro había un baúl de carrizo y mimbre, una mesa de piedra de poca alzada, y dos incensarios pequeños en torno a un sitial central donde un anciano enjuto y esquelético la esperaba.
―¡Bienvenida a tu infierno! ―bramó el anciano con voz de trueno que retumbó entre los muros y la bóveda.
Al escuchar aquella voz, Ix Nikté tornó su preocupación en franco temor.
―Déjame mirarte ―le dijo, y después gritó―: ¡Ix Kaab!
De inmediato ingresaron las dos mujeres que custodiaban la puerta.
―¡El penacho y la máscara! ―les ordenó.
Entre las dos despojaron con gentileza a Ix Nikté de su ostentoso penacho y su lustrosa máscara, disponiendo ambos artículos sobre la mesa de piedra.
―Ven, acércate niña ―le ordenó el anciano haciendo un tosco ademán.
Ix Nikté se acercó temerosa, deteniéndose a dos brazos de distancia.
―Es notable lo trascendental que ha sido en tu persona Oxlahum-Sitbil ―afirmó el hombre con agrado―. Yo soy quien, según el orden de las cosas, pidió por la migración de tu alma para la salvación de nuestro pueblo. Ahora con tu presencia, queda demostrado el inmenso amor de Hunab-Kú.
―¿Según el orden de las cosas? ―Ix Nikté le preguntó con ansia por respuestas.
―Todo tiene un orden ―dijo el hombre.
―¿Me puede explicar?
―El orden del ser, es el que permite engendrar, como la germinación de una semilla. El orden para llegar a ser, es el crecimiento para ser más de lo que eres, como es el vino, una mariposa, o una enorme ceiba. El orden que no es, es el orden de las cosas para obligarlas a cambiar de forma, como es tu máscara, un cuchillo por ejemplo, o el dibujo que tienes en la espalda, porque sé que algo escondes y quiero que ahora me lo muestres ―exigió, e hizo un ademán a las dos Mujeres de Miel para que le descubrieran la espalda.
Entre las dos la despojaron de su bruñida chaquetilla y el emplasto de Iaxpalialché.
―¿Y cuál es el orden total?
―Es el orden perfecto, el de la sabiduría, el que permite viajar y conocer ―respondió el viejo distraído examinando la fea laceración que Ix Nikté lucía en la espalda―. Dime linda muchacha, ¿qué es lo que supuestamente plasmaron en tu piel?
―Es un excelso trabajo artístico, con un hermoso sello místico ―afirmó orgullosa cubriéndose los pechos con los brazos.
―¿A eso llamas trabajo artístico? ―le reprochó el viejo con desagrado.
―Esta maravillosa señal, quizá esté mejor mañana, porque todavía no sana, seguramente en un winal.
―Ix Ts’íiben Yol Nikté esa es precisamente la marca que señala tu destino, aunque todavía no me es claro su significado.
Las Mujeres de Miel volvieron a colocarle el emplasto y la chaquetilla mientras el anciano proponía.
―¡Celebremos tu presencia bebiendo el sagrado licor!
A continuación ordenó a las Ix Kaab:
―¡El Chahalté!
Las mujeres les sirvieron licor de vino y miel en dos enormes pocillos de madera.
El anciano bebió un sorbo y esperó. Ix Nikté también bebió, primero con prudente moderación, pero después, al advertir que se trataba de una bebida espirituosa bastante dulzona, continuó bebiendo imprudentemente hasta dejar vacío su pocillo.
Al ver aquella irreflexiva precipitación, el viejo sonrió.
―Estás aquí por cuatro razones que según el orden de las cosas, deberán cumplirse para no provocar la ira del Dios Supremo Hunab-Kú, evitando así el lamentable fin de nuestros días. La primera es, aprenderás a amar. La segunda es, deberás acabar con el enemigo que amenaza a nuestro pueblo, y eso tiene que ver más con la primera cuestión que con la fuerza. La tercera es, enseñarás tu sabiduría al pueblo de nuestros ancestros para su salvación. Por último, deberás redimir tus faltas para que tu espíritu pueda trascender. Ahora lo sabes, ahora conoces la razón de tu presencia con nosotros. Supongo que tendrás otras preguntas ―la apremió el anciano.
Sintiéndose desorientada, las ideas tropezaban en la cabeza de Ix Nikté.
―¿Cuándo empezaré eso que usted dice, de pelear con quién…? ―inquirió un poco ebria, mientras nuevamente llenaban su pocillo. ―¿Otra vez? ¿Qué no acabamos de brindar? ―dijo no muy clara, no muy cuerda, llevando el pocillo a sus labios, y nuevamente el exquisito sabor no le permitió dejar de beber hasta verle el fondo. ―¿Acaso estoy muerta?, ¿acaso… estoy muerta?
―Ésta es tu realidad, esta es tu vida en el aquí, y en el ahora ―contestó el anciano sonriente.
―¿Conoce usted a mi madre, o a mi padre? ―preguntó completamente ebria―. ¿Algún día podré recordar mi niñez?, ¿será que soy una deidad?, ¿por qué me enseñan números con esos signos tan raros?, ¿por qué debo respetar sus dogmas?, ¿acaso yo sola, puedo librar una batalla, contra todo un ejército, para evitar la destrucción de su pueblo, y enseñarle no sé qué cosa, a los ancestrales qué, ¿cómo dice que se llaman?
Al verla tan desmejorada, el anciano sonriente simplemente dejó que hablara.
―Ese mandato, sagrado, ¿usted cree que soy tonta…?, ¿y por qué estoy tan… mareada? Como sé que nada sé, y nada sé que sé, hay otra cuestión… que es de gran dificultad, de esas que no dan tranquilidad, porque a usted también le incumbe… ―alcanzó a decir antes de vomitar a un lado del sitial.
Las esclavas quisieron ayudar a la joven ebria, pero ella se negó mortificada tratando de no perder la ya perdida compostura. Sabía que había hecho algunas preguntas, pero escuchar respuestas en su estado, no sería ni provechoso ni prudente.
El anciano estaba más que complacido con el efecto que el licor le había provocado:
―Veo que tu naturaleza te ha traicionado ―estimó esbozando un gesto compasivo―. Si tu razón está nublada, no es por el licor, es por tus prejuicios que impiden que tu entendimiento sea iluminado para comprender nuestras creencias, razón por la cual se llevará a cabo un Pok’ta-pok’ en tu honor que se jugará en modalidad K’a-k’aas-xook para halagarte, y con la muerte de los perdedores comprendas el valor de la vida. Después iniciarás una jornada espiritual que tendrá duración de un winal.
Ella lo escuchaba tratando de disimular su creciente mareo, pero su mirada ebria sólo reflejaba perplejidad.
―Antes de que te vayas ―agregó el anciano― te daré una muestra del afecto que te profesa mi pueblo. Estas prendas representan gratitud y espero que sean de tu agrado ―dijo haciendo un gesto para que las Mujeres de Miel le mostraran a su invitada los tres finos vestidos que estaban dentro del baúl de carrizo y mimbre.
Al primero lo llamaron lool-sak (flor blanca) pues era níveo, vaporoso, de espalda descubierta. Al segundo lo llamaron lol-chak (flor roja), pues era de color granate, muy ceñido, lleno de pliegues. La confección del tercero de color azul turquesa, que combinaba los dos anteriores, lo llamaron lol-k’áak-ch’ooh.
―Muy bonitos, son todos muy bonitos ―dijo antes de volver a vomitar.
―Ha llegado el momento de que se cumpla lo pactado ―declaró el anciano con un ademán de despedida.
Mientras le colocaban el penacho y la máscara, Ix Nikté se despedía jovial apoyada en las doncellas para no caer.
IV
Los dos sacerdotes que esperaban afuera, sujetaron a Ix Nikté de los brazos llevándola prácticamente a rastras hasta el Pok’ta-pok’, emplazándola en una pequeña grada en medio de los cuatro embajadores de la muerte, formando un quinteto de calaveras que la gente veía con temor y con asombro. El Juego de Pelota estaba conformado por dos muros altos e inclinados, y un aro marcador labrado con símbolos antagónicos como el día y la noche, lo blanco y lo negro, lo positivo y lo negativo. Al sur, estaba limitado por un muro en forma de jofaina, en cuyo centro había un poste verde Yax-Che y un altar en el que habían dispuesto todo tipo de hachas y cuchillos. Frente al altar estaban los diez jugadores elegidos al azar el día anterior, algunos todavía haciendo penitencia.
Los jugadores formaban equipos de cinco, todos vestidos con faldilla de piel de venado, gruesos cinchos de cuero, rodilleras, coderas, tobilleras, algunos incluso llevaban una coraza de piel de cocodrilo sujeta al antebrazo.
Pese a estar tan mareada, Ix Nikté podía percibir lo abatidos que estaban los participantes. Algunas mujeres lloraban desesperadas intentando ingresar a la cancha, gritando bendiciones a los participantes mientras eran repelidas por los holkánes en una escena de mucha tensión.
El sacerdote Lak’iin-Chak sacó de su talega una pipa larga, la llenó con una mezcla de hongos negros como la tierra, la amasó con finas fibras de henequén, sostuvo un palo de fuego llamado k’áak’che’, y poniendo en el suelo un madero labrado con una oquedad en el centro llamada chi, lo restregó hasta que brotó fuego que avivó con hebras de henequén, con las que prendió la pipa ofreciéndola a Ix Nikté diciendo:
―Bendice el juego con Wak-Kimil-Buuts para que dé inicio la contienda.
El juez mediador alzó la pelota de hule macizo.
Los diez jugadores habían ocupado su lugar en las banquetas al pie de los muros este y oeste, todos mirando a la dama con máscara de oro, quien sin más opción que complacer a la gente, inhaló una gran bocanada de humo. Los cuernos de caracol sonaron con fuerza, los Tunkules volvieron a retumbar, y el Tzek mediador lanzó la pelota al campo.
El Humo de la Muerte Precipitada ingresó a los pulmones de Ix Nikté cerrándole la garganta impidiéndole respirar, aunque también exhalar. Su rostro palideció bajo su bruñida mascara, y aunque era imperioso su impulso por toser, éste fue desapareciendo hasta trasmutar en una placentera sacudida toxica que se sumó a su enviciado estado, haciéndola experimentar un extraño déjà-vu de haber vivido esa misma experiencia en un pasado indeterminado. La placentera sensación la apremió a darle a la pipa otras tres enormes bocanadas, hecho que la llevó hasta el cielo y de regreso en un viaje alucinante.
El sacerdote Chik’in-Ek, a su derecha, al verla abusar del humo, le arrebató la pipa para darle él mismo una ingente bocanada, después la pasó a Xaman-Sak, emplazado detrás del blanco penacho, quien después de fumar la pasó a Nohol-Kan, emplazado frente a todos, quien haciendo lo propio regresó la pipa a Lak’iin-Chak, para iniciar una nueva ronda.
El efecto del humo hacía que Ix Nikté escuchara los cuernos de caracol distorsionados hasta alcanzar un eco abstracto. No obstante lo tergiversado que tenía los sentidos, ella no perdía el puntaje que también llevaba el Tzek a viva voz.
Los diez jugadores corrieron luchando con furia peleando por su vida. Pese a estar bajo el influjo intoxicante del humo y el alcohol, el acertijo numérico era un verdadero deleite para la pragmática Ix Nikté. Entonces, de manera increíble, advirtió un error en el conteo del juez mediador, pues el marcaje se le estaba complicando considerablemente, sin embargo nadie pareció darse cuenta de la equivocación. Al poco tiempo, otro evidente desliz numérico tampoco causó queja alguna, ni en los jugadores, ni en los espectadores quienes confiaban ciegamente en lo que el Tzek señalaba, provocándole a la muchacha un ataque de risa que por fortuna disimuló su bruñida máscara, hilaridad que obedecía a lo excesivamente injusto que resultaba aquella imprecisión, ya que estaba de por medio la vida de los perdedores. Con los sentidos enredados, entre indignada y risueña, se levantó de su asiento sosteniéndose del hombro de Lak’iin-Chak.
―Lahca (doce) ―dijo el Tzek mediador señalando al Este.
―Lahjum (diez) ―lo corrigió la dama de la máscara dorada, señalando al mismo lado, aunque al hacerlo poco faltó para que cayera de bruces.
―Wac (seis) ―dijo el Tzek señalando al Oeste.
―Ho’ (cinco) ―profirió ella arrastrando su elocución.
El Tzek volteó enfadado dispuesto a proferir un reclamo, pero Ix Nikté continuó con el conteo señalando al este o al oeste sostenida del penacho por Xaman-Sak.
El Tzek no tuvo más remedio que permitirle a la dama con máscara de calavera continuar con el puntaje, cosa que ella realizó con precisión por largo tiempo hasta que el conteo de los tantos llegó a su fin. En ese momento todo se desquició, el clamor se volvió frenético entre la audiencia, algunos eran eufóricas voces de victoria, en tanto otros eran alarmantes gritos de terror.
Los perdedores corrieron asustados hacía las orillas, los ganadores tomaron las hachas y los cuchillos que estaban sobre el altar, iniciando una cacería en medio del estadio. Los cinco perdedores suplicaban por su vida tratando de escapar, pero eran repelidos con violencia por los holkánes y por la misma multitud. A dos de ellos les atravesaron el cuello a unos pasos de la gente, a otro le extrajeron el corazón sobre el altar, a otro lo colgaron de cabeza del palo Yax-che y lo dejaron caer en el Saktún afilado, y al último lo escalparon dejándolo morir sobre el verde allanado para que los zopilotes de cabeza colorada chak-pool-ch’om le sacaran los ojos.
Con esta dantesca visión, la de la máscara de oro reía y lloraba, lloraba y reía conmocionada.