13. Abundancia

(Incluye la melodía “Kay” de Gilberto Pluzarti)

Las doncellas condujeron a la prisionera por un solitario juego de pelota, continuando por una calzada que terminaba en un Río Caudaloso Bolón-Yok-Ha, llegando a un palacio de nombre Ka-K’in-Chikul-Na, al que ingresaron por un enorme pórtico. Cada columna y muro del magnífico alcázar revelaba la expresión abstracta de lo orgánico con relieves de inusitada maestría.

La vestal dio la orden de prepararse para el baño, y las doncellas se dispersaron, dejando a la joven salvaje a cargo de Ix Makak’náb en un agradable espacio ajardinado enfrente del cual había un sembradío de hortalizas y una barda; al norte, un edificio que exhibía crestería baja y una fachada tan cargada de frisos que parecía la contraparte del orden dórico. Al poniente, una galería con columnatas y porticados, y al sur, dos grandes palapas de palma de corozo soportadas por columnas con bancales labrados en forma de cabeza de serpiente. Las palapas daban sombra a una mesa de piedra con representaciones del Dios de la Abundancia, y a un estanque que tenía una colosal cabeza de jaguar de cuyas fauces caía el agua suministrada por un acueducto, del que sobresalía una sección ensanchada ennegrecida por el hollín.

―Siéntate a mi lado, mi nombre es Ix Makak’náb ―le dijo en tono amistoso.

―¿No hablas nada? Creo que es mejor que no hables porque es mi deber no fraternizar contigo ―dijo Nácar Marina indecisa entre mostrarse afectuosa o enérgica.

Pretendiendo ser dura, se recostó indiferente sobre la hierba, pero al ver que la joven salvaje continuaba inmóvil, volvió a sentarse, y mirándola fascinada le dijo adoptando una actitud animosa:

―Aquí vas a estar mejor que donde estabas, ¡mira en qué condiciones te abandonaron los de tu pueblo! Yo podría ser tu amiga si me cuentas qué te sucedió, ¿de dónde vienes? ¿Cómo fue que te encontró Pixán Balam? ¿Quién te untó esa grasa tan hedionda?

Pero como la joven salvaje nada le contestaba, Ix Makak’náb volvió a recostarse mirando las nubes.

―No creo que llueva ―murmuró frunciendo el ceño.

Dos esclavas Kaabyán aparecieron desde el edificio Oeste, una llevando un cesto con fruta y un mantel bordado, la otra un pesado cuenco con aceite oleoso. La primera Kaabyán dispuso el mantel y la fruta en la gran mesa de piedra, la segunda vació el aceite oleoso dentro de un amplio hachón por debajo de la sección ensanchada del acueducto, además reguló el flujo ajustando una piedra que desviaba el agua por otro cause, dispuso finas hebras de henequén sobre el borde del hachón, y encendió el fuego chasqueando dos pedernales.

Ix Sáasil se presentó con su singular porte altivo llevando un cajete negro con tapadera en forma de cabeza de pato, seguida por una tercera Kaabyán que cargaba sobre la cabeza una pesada cesta con vasijas, esponjas de mar, y zacates que dispuso en la orilla del estanque. La vestal sustrajo de la cesta los aceites aromáticos, los jarabes concentrados y las finas sales, y los vertió dentro del cajete. Después fue a reunirse con las doncellas que estaban sentadas en los bancales esperando que el agua se calentara.

Ix Makak’náb desvistió a la joven salvaje y la invitó a entrar al agua. En el estanque la sentó en una saliente de aristas redondas, que era el único escalón que ahí había, y empezó a lavarle el cabello con el contenido del cajete negro. Cuando lo juzgaron oportuno las demás doncellas las acompañaron.  Mucho tiempo jugaron y rieron, incluso después de que las Kaabyán encendieran las antorchas en las columnas. Conforme las doncellas salían del estanque, las Kaabyán las recibían con mantas secas, les untaban aceite aromático en el cuerpo, y las vestían con hermosos lienzos de algodón.

Cuando la joven salvaje salió del agua, asombró a las doncellas con su extraordinaria belleza. Dos Kaabyán la secaron usando un lienzo largo, después le untaron en el cuerpo aceite de coco y una resina roja aromática de nombre Itz-tahté, la vistieron con un sencillo ipil blanco y le desenredaron el cabello con un peine de madera. Acto seguido, Ix Makak’náb esbozando una amable sonrisa, se acercó a la joven salvaje llevando un recipiente de barro, y le pintó el rostro con artísticas líneas negras. Una vez que todas estuvieron acicaladas y dispuestas, se situaron alrededor de la gran loza de piedra, ahora colmada de platillos. Al ver los alimentos, las doncellas se sintieron orgullosas porque sabían que aquel milagro era labor del pueblo entero, seguras de que tanta abundancia sería del agrado de Yum-Viil

Entre racimos de flores de ababol, las Kaabyán habían dispuesto un recipiente con jícamas de agua chi’ikam, chaya chaay, papaya puut, zaramullo dzamul, ciruelas abal, aguacates oon, zapotes blancos chooch, pitahayas woo’, nance amarillo chii, yucas kikitz’in, zapotes de viejas tak-ob, zapotes chicos ya’h, chirimoyas poox, guayabas pichi, seguidas de platillos elaborados, como el Tzic-keh-u-bakel, que era carne de venado temazate deshebrada y guisada en salsa de chile habanero, rábano y jugo de naranja. El k’utbil-ik-kool-cu’tzo o clemole de pavo guisado con chile ancho, tomate y ajonjolí. El Kool’ik-huuh-h’aan o guiso de garrobo con salsita de chile costeño espesado con masa de maíz. Iik-áak-póoka’an o tortuga jicotea asada a las brasas. A-ix o charales asados con tomate en hojas de tó envueltos en hojas de maíz, y gran diversidad de tamales, como los to’obil-holo’och-aayin de masa de maíz y carne de lagarto envueltos en hojas de plátano, los tzó o tamales bola hechos de pavo envueltos en hojas de maíz estilo chanchamitos, los muxubak-cháy hechos con chaya hervida sazonados con salsa de tomate, y los tobil-olo’och-muuch o tamales de ajolote asado con chile de árbol. El michmulli o mextlapique de pescado blanco a las brasas con xoconostles, epazote y chipilín, estaba junto al tsaab-kan h’a-aan o carne de víbora salada puesta a secar al sol. También había pak’xak-kitam o carne de jabalí adobada con chile color y chile ancho, y un grupo de cazuelitas con sak’om-pook o chapulines acachapolli hervidos en agua de sal, asados en comal con ik-mulix o chile amachito curado con limón. Los chamal-K’in-nok’ol eran menudas porciones de orugas chama, gusanos canalejos, cupiches y cuíles o gusanos eloteros salados y dorados. Enseguida estaba el maash-h’a-aan o mono asado a las brasas, del que sobresalía su cabeza de manera grotesca, pues ésta era el recipiente de los sesos. Otra cabeza que ahí estaba era la del pib-uuc-chin o pecarí en barbacoa guisada sobre pencas de maguey, junto a la que habían dispuesto una cazuela con wayah-káb, que era un puñado de redondas hormigas meleras vivas. También había mo-mo-chab-ab o miel fundida, y wa-xux-bobo’te-xanab o panal de avispas zapatonas quemadito con todo y sus larvas. No podían faltar tortillas de maíz iis-waah, sopa de iujis o hueva de hormigas rojas que humeaba junto a la cazuela del kabaxbuul o salcocho de frijoles. Otros exquisitos guisos que ahí había, eran el weech-lumm-ik-k’uxub o guiso de armadillo marinado en jugo de lima, hierba santa, momo o acuyo, adobado con achiote, chile guajillo y chile de árbol asado sobre hojas de plátano servido en su coraza; el tul-kante-u-bakel o carne de conejo asada con granos de maíz, y los pib’xcatic o chiles amarillos rellenos con barbacoa de k’ixpachoch o puercoespín en hojas de chaya servidos con salsa de ajo. Los platillos se podían acompañar con k’utbil-xux-kan-mool, que era una salsa de avispas culito amarillo doradas, molidas en molcajete con sal y chile costeño, y con k’utbil’ik nokú o salsa de hormigas chicatanas molidas con chile de árbol. Para beber había ha’ o agua simple en guajes de peregrino, ch’uhuk-sak’ab o jugo de caña fermentado como el guarapo, k’oyem o pozol de maíz, boob-ha de piña como el guásimo, chalan’ik-ut de maíz con chile, ta’uch-ha o agua de zapote, muliix-ha o agua de limón con chía, ilahma, o jugo de poox o anona, y un atole pikula-kakla de ocho mil granos de maíz.

Con la anuencia de Ix Sáasil, las doncellas empezaron a comer los suculentos manjares.