07. Nereida López

(Incluye la canción “Perfume de Gardenias” del afamado compositor puertorriqueño Rafael Hernández Marín “El Jibarito” – Arreglos Gilberto Pluzarti)

I

La simulación de una compleja hipermatriz corría en una poderosa workstation Silicon Graphics cuyo logotipo había sido cambiado para disimular su apariencia, ya que su ilícita adquisición había sido hábilmente solapada y diluida en el sistema contable de la universidad.

Es curioso, pensó Terencio, un paraboloide hiperbólico y un hiperboloide empalmado son parecidos a un fémur humano, como si se tratara de una cuadrática orgánica.

No fue sino hasta que la computadora terminó de calcular, que Terencio dejó la biblioteca. Había oscurecido, no se veían alumnos ni profesores en los alrededores, pese a la interminable llovizna, el aire se respiraba denso.

Contrariado, notó que algunas aulas tenían la luz encendida. Su obsesión con el orden lo obligaba a cumplir absurdas tareas como dejar apagada la luz de las aulas antes de salir de la escuela. Era algo que tenía que hacer, aunque sabía que el conserje bajaría el interruptor general más tarde. Abrió su paraguas, cruzó el patio, y subió al primer piso para dar inicio a la anodina ronda, durante la cual no era extraño que encontrara alumnos trabajando en equipo, otros que sólo platicaban, o a la típica parejita de novios besándose. Esta vez halló a una nueva afanadora fregando el piso. Terencio permaneció recargado en el marco de la puerta mirando, embelesado en el vaivén de su trapeador.

―¿Usted es mi nuevo supervisor? ―preguntó la muchacha extrañada al ver a Terencio concentrado en su labor.

―No, perdón… ―contestó Terencio interrumpiendo sus extrañas cavilaciones.

―Somos pocos los que trabajamos a esta hora ―dijo ella pareciéndole interesante poder platicar con un docente―. ¿Usted es profesor?, ¿usted cómo se llama?

―Me llamo Terencio ―contestó incómodo porque en realidad no buscaba hablar con ella, pero los desinhibidos modales de la muchacha le infundieron confianza.

―Mi nombre es Nereida López, pero dígame, ¿qué tanto le veía a mi trapeador? ―dijo pretendiendo ser amigable.

Era una india bonita de rostro cándido de a lo mucho 18 años de edad.

―Nada, sólo pensaba ―contestó Terencio analizando a la muchacha, quien lo miraba con asombro haciéndolo sentir importante.

―¿ Y qué es lo que pensaba? ―preguntó ella coqueteándole sonriente.

―¿Sabías que tu trabajo se puede optimizar con una sencilla fórmula? Porque la física y las matemáticas pueden aplicarse a faenas simples como trapear o barrer ―contestó Terencio experimentando una indescriptible atracción hacia aquella muchacha tan sencilla.

―¿Me puede explicar profesor?

Debes calcular el área dentro de un perímetro y dividir el espacio de la forma en cuadrados individuales. El área puede ser más pequeña o grande que el perímetro dependiendo de la figura, por lo que deberás dividir el piso en segmentos de una unidad métrica…

Así permanecieron durante más de una hora, él hablando sin parar, ella escuchándolo fascinada.

Esa noche de camino a su casa, Terencio no pudo dejar de pensar en Nereida.

Desde aquél primer encuentro, los jueves y los viernes que corría sus extensos modelos matemáticos, Terencio buscaba a Nereida en alguna de las aulas, de esta manera la relación empezó a madurar. Primero él le ofreció llevarla hasta su casa, luego le compró unas zapatillas y algunas prendas de vestir, y un buen día tuvo el valor de invitarla a cenar.

II

En el balcón de un romántico restaurante, Nereida brillaba con la frescura de su juventud. Traía puestos el vestido y los zapatos que él le regaló. Esa noche en la Laguna de las Ilusiones, las esencias tropicales se respiraban en la brisa, las farolas reflejadas en el espejo del agua mistificaban la velada, mientras un saxofón, un bajo, una mandolina y una marimba festejaban al “Jibarito”, el afamado compositor puertorriqueño Rafael Hernández Marín.

Para ella era la tarde, el espejo del agua, una brisa suave, y el fresco sabor a limón de un coctel margarita. Para él era el encuentro, la compañía de una joven damita, una cerveza bien fría, y el gusto de dedicarle aquella tonadilla..

Y llevas en tu alma la virginal pureza,

por eso es tu belleza de un místico candor.

Perfume de gardenias tiene tu boca,

Perfume de gardenias perfume del amor…

―¿Vives con tus padres?

―Vivo  con  mi hermana Leticia de seis años, porque mis padres murieron en un accidente hace un año. Como no tenemos familia en Comitán de Domínguez que es donde nació mi papá, mejor nos vinimos a vivir a Villahermosa.

Tu cuerpo es una copia de Venus de Citeres

que envidian las mujeres cuando te ven pasar

y llevas en tu alma la virginal pureza,

por eso es tu belleza de un místico candor…

―Cuéntame de tu hermanita.

―Cuando vengo a trabajar dejo a la niña en la escuela, ahí la recoge Natividad, una vecinita que le da de comer y me la cuida hasta que llego. ¿Sabe?, esa señora es muy buena, yo le digo tía Nata, vive con su esposo Manuel que es contador, tienen un niño de la edad de Leticia que va a la misma escuela, por eso me hace el favor de recogerla, y hasta hacen juntos la tarea.

Nereida terminó achispada su tercera copa, Terencio su séptima cerveza.

―Profesor, ¿qué es lo que haces tan tarde en tu computadora? ―preguntó Nereida.

―No es una computadora tan simple ―alardeó petulante― es una Workstation de alto rendimiento que uso para hacer simulaciones. Yo le puse por nombre “El Uno Ordenador”.

―Pero ¿qué tanto haces?

―Estoy desarrollando una teoría.

―¿Teoría como de qué? ―preguntó un poco ebria.

―Bueno, es algo complicado.

―Te aseguro que entiendo más de lo que crees profesor.

―¿Cómo te lo explico? Por ejemplo tu cuchara ―contestó Terencio sosteniendo entre los índices el objeto en cuestión― se fabricó con acero inoxidable laminado en frío y se procesó por forja. Observa tu vaso, fue fabricado por la fundición de sílice. Cualquier proceso conocido emplea medios mecánicos, eso se debe a que estamos viviendo la era de la mecánica, incluso queremos mecanizar lo fundamental llamándolo “Mecánica Cuántica”. Desde tiempos inmemorables hemos obligado a la materia a tomar determinada forma, por eso existen fallas estructurales y de funcionamiento, porque todo es un conjunto de partes ensambladas. Lo que yo pretendo es dar orden a las cosas desde su estructura interna, alineando los átomos como los fullerenos, que son una de las formas alotrópicas del carbono.

―Estás bien loquito profesor, a mí lo que me gustaría tener alineada es mi nariz, como que está medio chuequita, ¿no crees profesor?

―El terreno orgánico es mucho más complejo e implica un estudio más profundo.

―Olvídalo, sólo estaba bromeando.

Entre uno y otro trago, él le mencionó la casa que tenía cerca del río Tulijá, donde podrían ver con claridad las estrellas, sugiriendo que fueran esa misma noche. Cuando llegaron al lugar, este se encontraba sumido en la obscuridad porque el suministro eléctrico había fallado, abrieron las ventanas y se sentaron en la sala a tomar unas copas frente a la luz de las velas.

―Profesor, te acuerdas de lo que me platicaste un día, que las partículas de un objeto tenían que pasar por un simple punto para ser ordenadas, creo que eso que dijiste es una blasfemia.

―¿Una blasfemia? Exactamente a qué te refieres.

―Me refiero a que eso que dijiste contradice la parábola del joven rico.

―¿La parábola de quién?

―Dice la palabra, que es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos…

―¡Oh sí! ¿Y eso qué tiene que ver? ―la interrumpió.

―Permíteme profesor, déjame terminar. Dice la palabra que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un hombre rico entre en el reino de los cielos, y eso que usted dice es más o menos la misma cosa.

Terencio estaba admirado por la analogía de aquél concepto, porque era similar al resultado de sus ecuaciones.

―Probablemente tengas razón, porque al salir del ojo de la aguja quizá no sea más un camello, seguramente saldrá en igual medida pero no en el mismo orden. ¿Sabes? San Lucas también dice que “lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” ―rebatió.

―Usted quién se ha creído, eso es peor de blasfemo, ¿o se cree Dios o qué? Mejor llévame a mi casa porque mañana voy a amanecer toda agomada y no voy a poder trabajar.

Él se le acercó con decisión y le dio un tierno beso en los labios. Al verse correspondido, la cargó en vilo y la llevó a la alcoba, mientras ella se aferraba a su cuello dispuesta a dar ese paso sin retorno que enciende la pasión del romance, pasión que en ellos duraría poco menos de un año.

III

―¿Profesor?

Terencio escuchó en el teléfono esa voz tan familiar.

―Ya te he dicho que no me hables a esta hora.

―Estoy preocupada profesor.

―Háblame mañana ―susurró.

―Es que no ha sucedido.

―¿Qué cosa? ―preguntó nervioso mirando a su alrededor.

―Mi cosa de todos los meses ―confesó Nereida.

―¿Desde cuándo?

―Huy, ya van más de cuatro meses.

―Compra una prueba de embarazo, y mañana hablamos.

―Sí, pero me vas a cumplir, ¿verdad profesor?

Pero en vez de una respuesta, escuchó clik cuando le colgó.

Al confirmarse el embarazo de Nereida, la actitud de Terencio cambió y afloró su espíritu conflictivo, le dijo a Nereida que él no se haría cargo de nada, que ella bien sabía que era casado.

Nereida estaba tan profundamente enamorada, que lo que más deseaba era estar al lado de Terencio. Como sabía dónde vivía, amenazó con decirle todo a Julia. Pero la amenaza sólo fue el gatillo que disparó el loco juicio de Terencio, quien sólo buscaba reencontrar el orden en su vida; citó a Nereida en un conocido café de Villahermosa aseverando que irían a La Cabaña para aclarar sus diferencias. Luego de hacerla esperar toda la tarde, Terencio por fin apareció. Ella subió a la camioneta, él arrancó a toda prisa. Mientras el ocaso se consumaba a sus espaldas, Nereida le lloraba diciendo que él era el amor de su vida, que estaba dispuesta a ser su incondicional. Él conducía sin mirarla. En vez de dar vuelta en Zopo Norte, siguió de largo hasta Bajadas Grandes, luego viró a la izquierda para continuar por un polvoriento camino hacia Monte Grande.

―¿A dónde me llevas?

La mañana del siguiente día, Julia le preguntaba con voz quebrada:

―¿Terencio, dónde pasaste la noche? ¿Estás bien?

El velero apacible de la vida seguía su curso sobre aguas tranquilas. Ahora todo estaba en orden, o más bien, eso era lo que él quería creer.

―¡Bájate! ―fue la voz de trueno que le ordenó a Nereida abandonar el vehículo, pero ella estaba tan asustada que no pudo moverse―. ¡Que te bajes! ―repitió ásperamente la potente voz.

Con engaños consiguió que ella se bajara de la camioneta, tan sólo para ser cruelmente abandonada en la inmensidad de la noche.

―Terencio, Terencio… otra vez estás soñando ―lo despertó Julia.

―Son estas pesadillas que no me dejan dormir ―dijo sobresaltado empapado en sudor.

Los sueños que inicialmente se presentaron de manera esporádica, se tornaron en el suplicio de todas las noches con acervos recuerdos que lo atormentaban. La incertidumbre de no saber el paradero de Nereida, provocó que su vida perdiera sentido hasta que se extravió perdiendo toda voluntad humana del orden; las delatoras palabras que articulaba por la noche provocaron que Julia sospechara lo peor. Ella no se atrevió a indagar, solamente le pidió el divorcio, vendió sus bienes y se fue con las niñas a Monterrey sin decirle a dónde iría. Pero como las calamidades nunca vienen solas, una inesperada auditoría en la Universidad reveló turbulentas alteraciones en el sistema contable que señalaron a Terencio, mas como los artículos adquiridos por sus medios poco ortodoxos fueron encontrados dentro del Campus debidamente inventariados, únicamente el telescopio y las lentes se descontaron de su exigua liquidación. Fue así como se vio en la necesidad de mudarse de manera permanente a La Cabaña, que fue el único bien que conservó en la disolución de su matrimonio.

En aquel alejado lugar inició una vida solitaria, repitiendo el día a día con exagerada obstinación, inmerso en su particular burbuja matemática, dedicado en cuerpo y alma a resolver el paradigma de su extraña teoría.