(Incluye la Canción “El Humahuaqueño” de Edmundo Zaldívar, Arr. Gilberto Pluzarti)
I
Lejos de ser un motivo de alegría, los dos boletos de avión, la reservación del hotel y del crucero por el caribe, significaron una gran intranquilidad para Zoila. Sobre todo por las dos y media semanas que había entre la fecha de salida y la fecha de regreso, mismas que estaría alejada de Solange, no podía estar más en desacuerdo.
―Si posponemos el viaje para el verano Solange podría acompañarnos, o si lo dejamos para el próximo año podría ser su regalo de quince años ―decía Zoila preocupada.
―Entiéndelo amor, la idea es convivir juntos solamente tú y yo, compartir un momento único como una segunda luna de miel. Los chicos ya tienen edad suficiente para cuidarse ellos mismos ―contestaba don Amaury impaciente.
Pero ese era justamente el fundamento del temor de Zoila, pues desconfiaba del sano juicio de Terencio. Para el día que la pareja partía hacia el Caribe, Zoila había sido persuadida de no tener nada de qué preocuparse de una manera tan convincente, que ella misma afirmaba que había exagerado.
―Sí, qué tonta verdad ―le comentaba a don Amaury de camino al aeropuerto.
Y así como se fueron, regresaron felices, más unidos sin novedad, todo en santa paz, todo en perfecto orden. Al menos así lo creyeron durante algunos meses.
II
A Terencio le gustaba la música del folclor andino. Entre sus temas favoritos estaba “El Humahuaqueño” de Edmundo Zaldívar. Aquella tarde de viernes, colocó una cinta en su radio-grabadora y se recostó sobre su cama para disfrutar el apacible canto mientras hojeaba una revista científica, sin sospechar que en la sala de su casa se estaba celebrando otro carnaval contrario a ser tan apacible.
Primero escuchó el grave resonar del tambor anguaguásu, después el hueco tañer de un kultrún, y en seguida una flauta quena.
Zoila no sospechó que viviría el dolor de la traición a causa de su propia sangre. Esa misma tarde, arrodillada frente a Solange representaba una escena de la que nunca imaginó ser la protagonista:
―¡Cómo que estás embarazada!
―Sí ―afirmó Solange aterrada.
Los armoniosos sonidos del anguaguásu, del kultrún y de la flauta, fueron seguidos por un charango.
―¡Pero cómo! ¿Estás segura? ¿Quién es el padre? ¿Desde cuándo sostienes relaciones?
Era la primera vez que Zoila se veía tan afligida.
―No puedo decírtelo mamá, no puedo.
A los tambores, la flauta y el charango siguieron las dulces voces de carnaval.
―Esto es un asunto muy delicado mi cielo, será mejor que me lo digas ―suplicó Zoila angustiada, y mientras esto decía sus sentimientos fluctuaban entre el amor y el odio: sólo faltaba que ésta malcriada saliera igual de calenturienta que su madre.
Llegando está el carnaval quebradeño, mi cholita.
Llegando está el carnaval quebradeño, mi cholita.
Fiesta de la quebrada humahuaqueño para cantar.
Erke, charango y bombo carnavalito para bailar.
Quebradeño, humahuaqueñito.
Quebradeño, humahuaqueñito.
―Mamá perdóname, es que no pude evitarlo ―soltó Solange abatida.
―¡Dime quien es el padre!
―No mamá, de verdad no puedo.
Pero Zoila le dio una bofetada tan fuerte, que un hilillo de sangre apareció en sus labios.
―Fue Terencio, pero no fue su culpa ―alcanzó a decir Solange antes de romper en llanto.
La estocada tomó a Zoila tan desprevenida que traspasó su corazón. Quizá lo hubiera entendido si el culpable hubiera sido un bello mozo como su Gratien. ¿Pero un chico gordo y loco como Terencio de apenas dieciséis años de edad? Lo único que le quedaba claro era que el muy rapaz había actuado durante su viaje al Caribe.
―¡Sabía que no podía confiar en ese desquiciado! ―exclamó Zoila sintiéndose humillada, agobiada de pensar qué pasaría si don Amaury se llegara a enterar― ¿Continúan teniendo relaciones?
Aunque Solange quiso negarlo, afirmó con los párpados.
―¿Sabe él que estás embarazada?
―No, aún no ―aseveró Solange sollozando.
―No se lo digas, no se lo digas a nadie, este va a ser nuestro secreto, ya me has lastimado bastante, por favor no me decepciones. Si se entera don Amaury arruinarás tu vida, mi felicidad, y todo lo que hemos logrado hasta ahora. Zoila juzgó su mala suerte sin poder contener el llanto que iba diluyendo el rímel de sus pestañas plasmando en su rostro un negro desasosiego.
―¡Ahora sí me va a oír ese miserable ―estalló permitiendo que la rabia hiciera efervescencia en sus entrañas.
Subió los escalones dejando en ellos las zapatillas mientras Solange trataba de detenerla:
―¡No mamá, no…!
Los tambores, la flauta y las guitarras se escuchaban alegres cuando la puerta se abrió. La revista científica desapareció de las manos de Terencio apareciendo en su lugar una rabiosa bruja con la cara chorreada. Él se protegió como pudo con los brazos y las piernas mientras ella lo arañaba.
―¡Estúpido! ¿Por qué, por qué a mí tesoro? ―gritó histérica hasta que se derrumbó hincada frente a Terencio llorando desconsolada.
No pasó mucho tiempo antes de que Zoila pudiera enderezar el barco, su barco. Internó a Solange en una clínica para que le practicaran un legrado diciéndole a don Amaury que la había internado porque presentaba sangrados irregulares. En tanto el suceso estrechaba el laso entre madre e hija, Terencio se convertía en un tirano, en un intruso dentro de su casa, así como el blanco del más grande desprecio de Zoila, quien mandó construir para Terencio una habitación en el jardín provista de una sola ventana, frente a la cual sembró un retoño de Chimanguarán.
III
Una noche de luna llena Terencio salía de su nueva habitación completamente desnudo. No abrigaba el temor de que alguien lo viera, estaba seguro de que todos dormían. En su cabeza rondaban cosas de adultos, y el único niño que ahí había era el pequeño Chimanguarán.
Lanzó un guijarro a la ventana de Solange que por fortuna rebotó en la salvaguarda artesanal, porque antes de que regresara al suelo se había arrepentido de haberlo lanzado. Se recostó sobre el pasto, estiró su cuerpo bajo el tenue manto de la luz plateada, y buscó en los níveos mares de la luna el recuerdo de Solange aquella tarde de domingo, encaramada seductoramente sobre la mecedora de bambú y rafia, vistiendo una blusa corta sin sostén, la manera cómo ella se le había insinuado, el primer beso, las tiernas caricias, los secretos pasos, la puerta entreabierta.
Detrás de la persiana Solange lo había visto todo, quizá más que suficiente para quedar desencantada: el cuerpo obeso de palidez lunar desplazándose por el jardín con la misma gracia que un gusano abominable, su intento por despertarla, y por si fuera poco ahora estaba desparramado sobre el pasto masturbándose mirando la Luna. Entonces entendió su aberrante forma de actuar al haberse mezclado con aquél bodoque pervertido. Mañana mismo le diré a mi mamá que me regreso a Mérida con los abuelos, pensó la chica, el aire tropical de aquellos rumbos es mucho más limpio, y se respira mejor.
Fiesta de la quebrada humahuaqueña para cantar.
Erke, charango y bombo carnavalito para bailar.