03. Zoila HOT

(Incluye los temas musicales “Pero que Hermosa Niña” y “Brujo” de Gilberto Pluzarti)

I

Pero mira qué hermosa niña, hay que verla cómo camina, me pregunto si yo podría conocer a esa muñequita, y tal vez un día podría robarle un beso a sus labios que cautive su lindo corazón…

La noticia fue una gran sorpresa para todos, don Amaury contraería segundas nupcias con una yucateca morena, muy guapa. Lo que no les dijo era que la había conocido en un café del centro, y que era dieciocho años menor que él.

Zoila Hersilia Ortega Téllez era el nombre de la susodicha. Muchacha sensible y hacendosa, ambiciosa pero ingenua, inquieta y tan rebelde que su familia la calificaba como la “oveja negra”. Cuando perdió la virginidad con un fulano adinerado a quien justo después de habérsele entregado vieron besándose con otra chica detrás de la escuela, sus amigas la apodaron “Zoila HOT”. Por fortuna para Zoila, porque ella así lo consideraba, ese amargo trago lo dulcificó la oportuna intervención de un joven francés llamado Gratien, al que conoció en el Museo Palacio Cantón de la ciudad de Mérida. Con él asistió al Salón Montejo, con él bailó toda la noche, y con él vengó la decepción de su primer amor teniendo una aventura tan acalorada como su recién adquirido apodo. El apuesto galo no hablaba español, pero dominaba otro tipo de expresiones que poco tenían qué ver con el uso del lenguaje, pero ¡valla que tenían mucho qué ver con el uso de la lengua! Bastó un dulce beso francés para que Zoila entendiera todo lo que tenía que entender, y para que Gratien le enseñara todo lo que conocía de los ocultos placeres de la sensualité et obscénité. Cuando se hizo indispensable para ella el poder comunicarse de otra manera, su intervencionista galo había regresado a su patria sin dejarle santo ni seña, y no hubo poder humano que le diera la buena nueva de que pronto sería padre de una encantadora niña.

Solange llegó al mundo con toda una colección de atributos medianeros: la tez medio morena, el cabello medio rubio, los ojos medio claros, mitad francesa, mitad yucateca. Al cumplir un año de edad, quedó al cuidado de sus abuelos en la ciudad de Mérida, mientras Zoila buscaba en el Estado de Tabasco la oportunidad de encontrar un futuro venturoso libre de preocupaciones.

En la Esmeralda del Sureste, Zoila rentó un cuarto a unas cuadras del monumento a Gregorio Méndez, y consiguió trabajo como peinadora en un salón de la calle Ignacio Allende. Pero como sus ingresos agotaban la esperanza de ver realizado su sueño de llegar a tener un prestigioso salón de belleza, había acariciado la idea de probar suerte en el intemperante mundo de la vida alegre.

II

En un café del centro de la ciudad de Villahermosa, Zoila miraba la calle por el ventanal mientras esperaba su encuentro con Yesenia López. El último trago de su French Kiss, que ya no le pareció tan dulce, le esclareció la mala voluntad de aquella mujer la tarde que ingresó al salón de belleza donde ella trabajaba. Su propósito desde el inicio había sido envolverla en una indigna red de promesas para engatusarla. Recordaba su pretencioso discurso y la frase que ahora era su esperanza, pero también su infierno: “Con ese cuerpo y esa cara tú podrías ganar más, ¡mucho más!”.

Habían quedado de verse en el café de Madero y Lerdo para ultimar detalles, pero aquél día nublado Zoila había llegado temprano, mucho antes de lo acordado para poder pensar la difícil propuesta.

III

En ocasiones don Amaury daba largos paseos por las calles del centro. Sus recientes fracasos y el miedo al “qué dirán”, lo obligaban a evitar los lugares que antes solía frecuentar, como el Café del Portal de la Plaza de Armas, en contra esquina del Palacio de Gobierno, que pertenecía a una distinguida sociedad de accionistas, en cuya terraza se celebraban esos bailes de gala a los que asistía con doña Fernanda, donde se reunía la crema y nata de la sociedad tabasqueña. Añoraba los tiempos en que sus amigos lo invitaban al billar del Casino Tabasqueño que era de gran lujo, ubicado en la segunda planta del edificio de Juárez y Reforma, iluminado con ostentosas arañas, adornado con lujosos espejos estilo Luis XV, en cuyo bar se servían finos licores franceses y españoles.

Al pasar frente al Hotel Manzúr, se halló siguiéndole los pasos a una suculenta choca, a la que vio entrar en la Fonda Manolos.

Al ver que ya caían las primeras gotas de lo que prometía ser un fuerte aguacero, Amaury no dudó en ingresar a la misma fonda para sentarse en una mesa próxima a la muchacha. Pidió el periódico y un vodka con agua mineral. Miraba el diario y a la joven de manera indiscreta, quizá porque el bello rostro moreno de cutis impecable, se perfilaba mirando el profuso aguacero que caía detrás de la ventana. Si aquella lindura esperaba a alguien, ese alguien había tardado demasiado. Acalorado, sudando y nervioso, Amaury se dio valor para ir a sentarse frente a ella:

―¿Cómo estás, mi amor?, ¿cómo te llamas?, hoy hace calor. Un cóctel te quiero yo invitar y toda la tarde poder charlar.

“Pero mira que hermosa niña, hay que verla como camina, me pregunto si yo podría conocer a esa muñequita, y tal vez un día podría robarle un beso a sus labios que cautive su lindo corazón”.

Ella estudió al caballero sin exteriorizar emoción alguna. A su parecer, lo único que la acompañaba esa tarde, era la insolencia de un extraño que había ido a sentarse a su mesa sin su permiso. Él interpretó su silencio como una clara invitación para quedarse, y empezar a hablar.

IV

El sábado al medio día que don Amaury llegó a su casa con una atractiva joven, fue un día digno de recordar.

―¡Los quiero a todos en la sala en este preciso instante! ―gritó asomándose por una de las ventanas que daban al jardín trasero.

―¡Gol! ―se escuchó a coro.

―Creo que fui claro cuando dije, ¡en este preciso instante! ―replicó.

Desde la puerta del jardín trasero desfilaron tres muchachos sudando a mares. Con sólo ver la belleza que estaba al lado de su padre, a los tres se les iluminó el semblante.

Rara vez Terencio jugaba junto a sus hermanos, quizá por ser poco atlético, quizá por la diferencia de edades. Ellos se habían cansado de invitarlo porque siempre se la pasaba encerrado en el cuarto de huéspedes de la planta baja. Ese día estaba calculando transformaciones lineales, cuando lo distrajo la voz aguda de una mujer que provenía de la sala. Abrió la puerta apenas lo suficiente para espiar: cabello, hombros, brazos, espalda, y un juvenil vestido color verde pastel, la joven saludaba a sus hermanos. Viendo que don Amaury la abrazaba, un angustioso miedo al rechazo lo obligó a buscar algo que le diera mayor seguridad.

―Zoila, este Tomás, Tomás, ella es Zoila.

―Mucho gusto señorita ―la saludó Tomás esbozando una amable sonrisa. Era un joven tan alto como don Amaury pero aún más flaco.

―Este otro muchacho inteligente se llama Néstor, ―continuó don Amaury presentando a los demás―. Éste es Daniel y… ¿dónde está el Xocoyotzin de la familia? ¡Terencio!

Al escuchar su nombre el niño asomó la cabeza por detrás de la puerta.

―¡Ven para que te presente!

Del cuarto de huéspedes salió un pequeñín obeso vistiendo shorts y camiseta, luciendo grandes ojeras en el rostro.

―¡Pero que criaturita adorable! ―dijo Zoila con exagerada ternura.

―Este pequeñín es un poquito especial ―se disculpó don Amaury.

―¿Especial?, ¿especial en qué sentido?

―No habla mucho, pero eso sí, ya sabe leer.

―¿Tan chiquito?

―Aprendió él solito, ¿verdad granujilla? ―le dijo revolviéndole el cabello.

―¿Pero qué traes en la cabeza?

―Gel ―contestó escuetamente.

Aunque una mejor pregunta hubiera sido “¿qué ocurre dentro de tu cabeza?”

Los hermanos imitaron a su padre con actitud chocante, pero como Terencio se sintió ridiculizado frente a la que bien podía llegar a ser su madre, decidió escapar de la situación internándose en su particular mundo numérico.

―Es adorable, todos lo son ―dijo Zoila entreviendo el raro comportamiento del niño, extrañada de que ni el padre ni los hermanos dieran importancia al inusual distanciamiento.

Por un tiempo los chicos no supieron de Zoila, pero observaron un asombroso cambio en la conducta de don Amaury: se ejercitaba por las mañanas, llegaba sobrio todos los días, y poco después, gracias a una de sus amistades añejas, consiguió un “hueso” como funcionario de Gobierno en el Estado de Tabasco. Tres meses después se casó con Zoila.

V

Para celebrar su reciente unión conyugal, don Amaury le obsequió a su joven esposa la renta y el arreglo de un salón de belleza en una prestigiosa plaza comercial, un auto de lujo, y una gata negra con enormes ojos ambarinos a la que Zoila puso por nombre Chamuquin.

Pese a la diferencia generacional que había entre la pareja, la agudeza y el aspecto físico de Zoila, eran lo bastante interesantes como para haber atrapado a un hombre tan prejuicioso, parrandero y adinerado como don Amaury. Por lo general, ella vestía prendas que consideraba sutilmente sexis, aunque rayaban en el ambivalente y polémico límite entre lo vulgar y lo sugerente, hecho que la hacía blanco del ojo crítico de la parentela femenina de don Amaury, así como el deleite de sus relativos masculinos.

Al casarse con una mujer tan joven, don Amaury sabía que tarde o temprano tendría que tomar decisiones que de una u otra manera equilibrarían la situación, pues veía a su esposa agobiada con sus cuatro hijos. Por eso no se sorprendió cuando ella le sugirió que Néstor, Daniel y Tomás estudiaran en el Colegio Americano de la Ciudad de México, moción que los mismos chicos le habían propuesto, aunque para ello tendrían que vivir con sus abuelos paternos.

De esta manera Zoila iba arreglando su mundo, agradecida con el destino por haberla mimado, por su mago, por su brujo hermoso, quien le había ofrecido una existencia digna llena de dicha y gozo, porque con amor y paciencia había conseguido un futuro venturoso libre de preocupaciones. Era el momento de traer a su hija de Mérida, hecho que la llenaba de felicidad.

Brujo, dame todo ese lujo, del especial embrujo, de tu cofre de cristal. No dejes nunca de ser mi brujo, píntame un garabujo, dándome un arrebujo, que me haga suspirar. La rueda de la vida azarosa, en una tarde tormentosa, unió nuestros destinos con la flecha de un cupido… rosa. Si yo lo que buscaba y me jactaba, vivir sin más preocupaciones, mi hija y tus hijos aniquilan mi hermoso sueño… rosa. Temprano en la mañana comenzaba, todo un vaivén de condiciones, prepara el desayuno, sé hacendosa, quiero un licuado… rosa. Llegando del colegio la amenaza, un dos por tres se duplicaba, prepara la comida, la merienda y ya agotada… lava. Por eso brujo, muéstrame todo el lujo, del singular embrujo, de tu cofre de cristal…

VI

Esperaban el arribo del vuelo 269 procedente de Mérida. Don Amaury leía el diario vespertino, mientras Terencio hacía conjeturas respecto a los pasajeros del Aeropuerto de Villahermosa: “Las personas que descienden de un avión se ven tan importantes, algunos incluso saben viajar con gran estilo, como esa mujer elegante y su niña. La mujer toda de blanco, con sus lentes de sol, su sombrero grande, y a la niña, cómo la abraza, cómo la besa, cómo la quiere, de esa manera tan especial que me recuerda a…”

―¿Papá?

―¿Si?

―Creo que ya llegó Zoila, pero no viene sola.

―Uf… olvidé decirte que viene con tu hermanita.

Mudo de asombro, a Terencio se le encogió el corazón, sin poder entender por qué la escena lo hacía sentir tan mal.

Lo único que supo con certeza, fue que desde ese día conoció lo que era la soledad, los celos, la envidia, la tristeza, y un nuevo sentimiento que le calaba hasta los huesos, que fue creciendo en su corazón al tener que vivir con una niña a la que no podía dejar de mirar.

Viviendo en este mundo prodigioso, con sus tesoros tan fastuosos, tus niños se volvieron muy atentos y cariñosos mozos. Ahora yo comprendo que la vida te ofrece más satisfacciones, si buscas en tus sueños un futuro más venturoso… ¡Qué oso! Por eso yo te pido brujo hermoso, en un acuerdo ventajoso, regálame una vida que me llene de dicha y gozo… gozo. Por eso brujo, dame un auto de lujo, con tu especial embrujo, de tu cofre de cristal. No dejes nunca de ser mi brujo…