02. Abstracción

(Incluye el Tema musical “Plano No Euclidiano” de Gilberto Pluzarti)

El dolor de cabeza, la dificultad para respirar, y una extraña sensación de ardor en el pecho, fueron los síntomas del mal que aquejó a Fernanda Giorgana Zamudio. El diagnóstico, preeclampsia posparto, el preludio del funesto desenlace que dejó viudo a don Amaury Paulini Lazcano, y privó del amor maternal a sus cuatro hijos: Tomás, Néstor, Daniel, y al neonato Terencio, a quien la providencia quiso compensar de la fatalidad dotándolo de una prodigiosa capacidad de abstracción.

Tres años después del trágico acontecimiento, algunas remembranzas todavía permanecían atrapadas en preguntas colmadas de incertidumbre: ¿quién me cuidara cuando me enferme?, ¿quién me ayudará con mis tareas?, ¿quién me dará su amor incondicional?, ¿dónde hallaré esa caricia que mitigará mi llanto? El hogar que había quedado sumido en una fea ciénaga de pena, en curioso contrasentido estaba ubicado en Villahermosa Tabasco en México.

―¿Qué haces? ―preguntó Tomás impaciente, al descubrir un volumen de carácter lógico en un lugar del todo ilógico: su libro de álgebra en manos del pequeño Terencio.

―Estoy estudiando un libro― contestó Terencio desde el sillón de la estancia.

―De qué trata tu libro, o más bien, ¡mí libro! ―dijo Tomás exaltado―. No me digas que estás estudiando identidades trigonométricas.

―Sí ―fue la respuesta seca y contundente.

―Si no sabes leer, mucho menos vas a entender de quebrados. Es más, no creo que sepas ni sumar. A ver, ¿cuánto es uno más uno?

―Dos ―contestó Terencio de inmediato.

Un soslayo suspicaz expuso la incredulidad de Tomás.

―Eso está fácil. ¿Sabes cuánto es tres más dos?

―Cinco ―respondió Terencio, esta vez haciendo un gesto desafiante.

―¿Y tres más tres?

―Seis.

―Demasiado bueno para ser verdad, ¿sabrás multiplicar? A ver dime, ¿cuánto es cuatro por cuatro?

Terencio recapacitó la deducción lógica del nuevo concepto que creyó entender en el momento que se aventuró a contestar:

―Dos, cinco, seis.

Dejando a un lado su mochila, Tomás se sentó junto al pequeño.

―¿Y cinco por cuatro?  ―preguntó Tomás entre risas.

―Seis, dos, cinco ―contestó de inmediato el pequeño Terencio dilucidando un cálculo similar.

―Ya decía yo, siempre los mismos números. Lo que pasa es que no te sabes otros ―se burló Tomás estrechándole la cabeza contra su pecho propinándole algunos coscorrones cariñosos, y arrebatándole el libro le dijo―: la verdad no sé a quién quieres engañar, ni es seis, ni es dos, ni es cinco. ¡Es veinte! ¿Cómo podría entender eso un cabeza hueca como tú? Si quieres dibujar consíguete otro libro.

―¡Seis dos cinco! ¡Seis dos cinco! ―repetía Terencio brincando tratando de alcanzar el libro.

―Mejor lo ponemos aquí arribita para que aprendas a respetar lo que no es tuyo, no vaya a ser que quieras rayarlo con tus crayolas de bebé ―dijo Tomás colocando el libro en lo alto del librero, y tomando su mochila salió a toda prisa.

Terencio rescató el libro con la ayuda de una escoba, pensando que precisaba de un lugar como la habitación de huéspedes de la planta baja para leer sus libros sin ser importunado.

En la soledad anhelada, entendió el error en el que había incurrido al confundir la multiplicación de un número con su potencia.

El avance del pequeño Terencio en el dominio de las matemáticas fue en verdad asombroso, sin embargo, nadie pudo notar sus progresos porque no había nada que delatara esta maravilla, mantenía ocultos los libros y su prodigiosa capacidad le permitía efectuar los cálculos sin tener que hacer anotaciones.

Hoy buscaré el amor con una ecuación de voluntad

y daré solución a esta sensación de soledad.

Multiplicando yo voy diferenciando…