01. Un Sol de Medianoche

Primera Parte

(Incluye el tema musical “Según el Orden” de Gilberto Pluzarti)

La luz de las velas aumentaba la intensidad, hasta rodear con inusitado fulgor a un hombre gordo, sudoroso y de aspecto descuidado, en el instante mismo que comprendía que finalmente había dado solución al complejo planteamiento matemático que tantos años lo había mantenido ocupado. Esta comprensión, éste punto final a sus esfuerzos, también fue para él un despertar a la realidad que ya le permitió distinguir su actual entorno: lo avejentado que lucía el mobiliario, la humedad en los muros, el polvo acumulado, y particularmente, el desorden de hojas que cubría la redondez de la mesa del comedor. El colosal proyecto matemático había distraído la manía del hombre por ordenar todas esas cosas que ahora parecían carecer de importancia. En el pasado, su obsesión por el orden lo habría obligado a organizar todo con un esmero exagerado. La casa limpia y reluciente con los muros impecablemente pintados, sus anotaciones perfectamente compaginadas, las gavetas y los cajones bien cerrados, en la alacena, la etiqueta de las conservas orientada en una misma dirección, ni qué decir de sus prendas de vestir, libros, discos, herramientas de mano, utensilios de cocina, dispuestos de acuerdo a su tamaño, categoría y frecuencia de uso. Quien conocía a Terencio, que así se llamaba este hombre, se enfrentaba a un maniático del orden incapaz de mantener la calma cuando algo no estaba en su lugar, desazón que por mucho tiempo había sido el martirio de todos los días.

Nueve años había permanecido inmerso en enredadas reflexiones, apartado de la gente y de aquello que pudiera distraer su titánica tarea, abandonado a la soledad de la cual salía únicamente para suplir lo indispensable. Pero aquella noche, se apreciaba a sí mismo iluminado por la claridad de sus pensamientos, y a su espacio inmediato con tan intenso contraste en relación a lo lóbrego que ahora consideraba al mundo exterior, que le otorgaba a aquél instante un matiz prodigioso: aunque todavía faltaban algunas horas para que amaneciera, la alborada parecía desorientada y confundida por un sol de medianoche.

Era el momento de hacer el registro de su glorioso triunfo. Levantó el plato donde cinco velas encendidas escurrían parafina, para exhumar la libreta sepultada bajo el desorden de hojas y escribir:

Jueves 17 de mayo de 2012.

Solución al cálculo que define el orden simétrico de los átomos en los enlaces moleculares, el sueño que muchos colegas juzgaron imposible.

Concluida la incongruente nota, pues las fórmulas de lo que él consideraba la esencia misma del orden se hallaban garrapateadas en un caótico enredo, estiró su pesada humanidad sobre el respaldo de la silla, y abrió nuevamente su libreta para leer algunas notas del pasado.

La fuerza de la gravedad favorece el orden. Se observa simetría en la espiral de las galaxias, en la redondez de los planetas y en su órbita coplanar alrededor del Sol.

En los organismos vivos el orden lo determina el ADN en base a las nuevas adaptaciones evolutivas. Por eso la selección natural favorece a los más aptos, los más fuertes, los más simétricos, y por lo tanto, a los más hermosos.

―“¡Vaya! Tal vez yo no sea el más fuerte, ni el más simétrico, mucho menos el más hermoso ―reflexionó otorgándole una mirada desdeñosa a su abultado vientre―. Pero quién más podría concebir un concepto tan radical que su publicación podría llegar a ser el inicio de una nueva era en la historia de la humanidad. Tendré un espacio en el podio de los inmortales, y la comunidad científica entera se disputará un lugar para asistir a mis conferencias. Sólo espero que no… que no regrese… hace ya tanto tiempo… ¿Qué habrá sido de ella?” ―Y con ese simple atisbo del pasado, se esfumó la ilusoria luz que lo rodeaba.

Mirando fijamente una llama titilante, Terencio se sumergía en su propia esencia, en su yo intrínseco, mientras repasaba su infame existencia. El iris de sus ojos se contraía hasta quedar reducidos a obscuras troneras, obtusos tragaluces de un alma enclaustrada entre cuatro barreras erigidas por un pasado no menos lóbrego que el mundo que lo rodeaba: la dureza de su corazón, una irracional falta de honestidad, su lamentable forma de actuar, y en un eco lejano, el recuerdo de la voz angustiada de Julia:

“―¿Terencio? ¿Dónde pasaste la noche? ¿Estás bien?”